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23 Junio 2003

Salud

Sentido de urgencia

Con sólo cuatro días entre ambos incidentes, los equipos médicos del Hospital Barros Luco y del Hospital Regional de Rancagua debieron enfrentar situaciones de emergencia que pusieron de manifiesto su gran capacidad de reacción.

De tanto en tanto la opinión pública se conmueve ante la noticia de algún accidente ocurrido en lugares públicos o viviendas; tragedias relacionadas con emanaciones de gases u otras circunstancias similares, que en muchos casos podrían haberse evitado si las víctimas hubieran tenido la capacidad de percatarse del riesgo.

En contraste con lo anterior, en las últimas semanas dos situaciones de alto riesgo ocurridas en el Hospital Barros Luco y en el Hospital Regional de Rancagua, han evidenciado no sólo un correcto accionar de los equipos de salud que permitió resolver rápidamente ambas crisis, sino que además tanto los médicos como el personal de salud demostraron poseer un “sentido de urgencia” altamente desarrollado.

Aún sorprende el recordar que en el Hospital Barros Luco hubo que evacuar de la UCI a 21 pacientes, muchos de ellos bastante graves, recurriendo incluso a ventilación manual en circunstancias adversas y en la mitad de un incendio que terminó por destruir todo un sector del establecimiento.

Si se revisan las claves del plan de emergencia y se intenta comprender el por qué del éxito, saltan a la vista aspectos tales como una adecuada planificación, el rol claro de cada miembro del personal y el “saber qué hacer”, como eje conductor del operativo.

Pero todo ello confluye sin duda en un condicionamiento más profundo, posiblemente arraigado en quienes trabajan en el área de la salud a partir de la formación recibida, pero también de la experiencia diaria.

En el caso del Hospital Regional de Rancagua, la emergencia estuvo dada por una emanación química que se presentó en la Unidad de Neonatología el 31 de mayo de 2003. En esa ocasión 28 recién nacidos debieron ser trasladados en una maniobra de alto riesgo que también resultó exitosa.

Dr. Ernesto Pérez Medina<br> alertó sobre la emergencia

La voz de alerta fue dada por el médico de turno del Servicio de Urgencia, doctor Ernesto Pérez Medina al percatarse que una de las funcionarias de la sección de Esterilización estaba siendo afectada por irritación ocular, vómitos y mareos, síntomas aparentemente provocados por la presencia de óxido de etileno, químico altamente explosivo y además potencialmente tóxico.

Más tarde el profesional notó la presencia de los mismos síntomas en pacientes internadas en la maternidad en el quinto piso, lo que provocó que una paciente con parto prematuro debiera ser trasladada a otro centro asistencial ante la imposibilidad de efectuar la intervención en sus pabellones. De inmediato se puso en práctica una evacuación del hospital que estuvo a cargo de los médicos, personal del Servicio de Neonatología, voluntarios de bomberos y carabineros.

El recinto volvió a la normalidad alrededor de las 12 horas del día siguiente, una vez que se pudo comprobar que todo funcionaba en forma óptima. Las mediciones efectuadas en los distintos pisos del hospital arrojaron la inexistencia de óxido de etileno en el ambiente y los afectados se recuperaron de manera satisfactoria.

Es muy probable que situaciones como las descritas, con síntomas o "señales" que podrían alertar de una posible emergencia, se produzcan también en lugares públicos o viviendas afectadas por un accidente. Sin embargo, el problema radica en que el común de las personas no tiene desarrollado un mínimo "sentido de urgencia" a la hora de detectar y/o enfrentar el peligro.

Posiblemente en esta forma de plantearse ante un riesgo potencial encotremos la raíz del problema, tanto o más que en las medidas de control "normativo" que siempre son insuficientes o difíciles de fiscalizar. De este modo, resulta altamente probable que cada cierto tiempo volvamos a enterarnos de hechos de esta naturaleza en algún edificio de departamentos, con resultados no tan exitosos como los del Barros Luco o del Hospital de Rancagua.

El análisis contrastado de estas experiencias nos hace plantearnos la necesaria inclusión en programas educacionales a todo nivel, de algunas nociones que desarrollen en la población una actitud de vigilancia, la que poco a poco, tal como ocurre con los profesionales y miembros de un equipo de salud (aunque sea en menor medida), terminará por incorporarse a las personas hasta transformarse en una suerte de alerta casi instintiva.

Sin duda un desarrollo en esa línea contribuiría a evitar muchas tragedias.

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