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01 Diciembre 2008

Prosopagnosia: una cara sin expresión ni significado

Millones de personas podrían estar sufriendo –sin saberlo- un desorden poco conocido denominado prosopagnosia, que se caracterizada por la incapacidad de reconocer rostros o distinguir a una persona de otra, la condición que puede ser socialmente discapacitante.

Las imágenes son una fuente de información que nos ayuda a construir nuestra realidad. Alguna vez se ha imaginado cómo sería la vida si no pudiéramos reconocer ni una sola cara, ni siquiera la propia. Aunque suene extraño y surrealista este trastorno existe, se llama prosopagnosia (face blindness) y es más común de lo que parece.

Un reciente estudio, conducido por Cibu Thomas de la Carnegie Mellon University de Estados Unidos, que fue publicado en la revista Nature Neurosciences (Nature Neuroscience. 2008 Nov, Volume 11, doi: 10.1038/nn.2224, Brief Communications) proporcionaría las primeras pruebas de una base neurobiológica para este trastorno.

La “ceguera de caras” se trata de un trastorno peculiar, ya que la habilidad para reconocer otros objetos permanece intacta. El problema se plantea específicamente en los rostros, que aparecen difuminados y sin rasgos distintivos, lo que hace que todos se perciban como si fueran iguales. Esta uniformidad en la percepción de los rostros lleva a que la persona que sufre esta alteración le resulte costoso hacer el emparejamiento cara-persona y, por tanto, la identificación correspondiente.

Cabe destacar que el modelo cognitivo del reconocimiento de los rostros, propone varios pasos en el procesamiento de la información desde el instante en que se ve una cara familiar hasta cuando se hace el reconocimiento y se evoca su nombre.

Este proceso, que tarda segundos, debe pasar por una serie de etapas entre las que destacan la construcción del percepto facial, el reconocimiento facial, la activación de la memoria semántica relativa a las personas; el acceso lexical y, por último, la producción articulatoria, que implican la activación de varias áreas cerebrales diferentes: desde las regiones de la corteza occipito-temporal hasta las cortezas anterior temporal y frontal.

En 1947, el neurólogo alemán Joachim Bodamer publicó la descripción de un hombre de 24 años al que había tratado en 1944. Dicho paciente había recibido un balazo en la cabeza que le produjo daños en algunas áreas del cerebro asociadas con el proceso de identificación de las imágenes. Durante varias semanas, el joven permaneció ciego y cuando recuperó la vista, continuó teniendo dificultades para percibir la forma y el color. “S. (nombre asignado al paciente) reconoce una cara como tal, en relación a otras cosas, pero no puede asignar una cara a su propietario”, explicaba Bodamer. “Para él, las caras no tenían expresión ni significado”, añadía.

El reciente estudio del equipo de Thomas, ha identificado una relación entre los síntomas de la prosopagnosia y una disrupción de las conexiones entre estas regiones cerebrales, lo que descarta que el problema se deba a una fallo en un área concreta del cerebro.

Para el científico, este trastorno se produciría por un 'error' de conectividad de las áreas del cerebro que identifican los rostros. Concretamente en los segmentos de materia blanca, la que está compuesta precisamente de fibras nerviosas, encargadas de transmitir los impulsos rápidamente.

Comprobaron la hipótesis utilizando una técnica denominada de imagen con tensor de difusión (ITD), un nuevo tipo de resonancia magnética que permite medir las moléculas de agua en las fibras de sustancia blanca, encargadas de transmitir la información entre áreas cerebrales.

El trabajo apunta con cautela que sus observaciones deberán ser confirmadas por futuros trabajos, más numerosos, y con técnicas de imagen más sofisticadas. Su hipótesis, además, podría explicar por qué la prosopagnosia tiene un cierto componente familiar. "Es posible que la expresión anómala de un gen durante un período crítico del desarrollo cerebral embrionario altere la maduración de la materia blanca en la corteza occipito-temporal", sugirieron los especialistas.

Sin sufrirla personalmente, fue el belga surrealista René Magritte el que expresó la esencia del síndrome. Quien contemple su obra El hijo del hombre no podrá identificar el rostro, ya que verá sobre la cara del protagonista una brillante manzana verde.

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