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12 Septiembre 2016

Diabesidad, la pandemia de nuestro siglo

  • Dr. Paul Zimmet

    Dr. Paul Zimmet

  • Dr. Manuel García de los Ríos

    Dr. Manuel García de los Ríos

  • Dra. Marcela Díaz Cánepa

    Dra. Marcela Díaz Cánepa

La estrecha relación que existe entre diabetes mellitus de tipo 2 y obesidad propició, hace 15 años, la aparición de este término con el fin de explicar y concientizar sobre la concomitancia de ambas patologías.

En 2001 el doctor Paul Zimmet, profesor del Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Monash y director del Instituto Internacional de Diabetes de Melbourne, un centro de excelencia y de referencia mundial en esta problemática, sorprendió al mundo al introducir dentro de la nomenclatura médica el término “diabesidad”, para explicar la estrecha relación que existe entre las epidemias de diabetes mellitus tipo 2 (DM-2) y obesidad.

Desde 1975, este experto ha desarrollado una aproximación epidemiológica original en la investigación de la diabesidad y de las enfermedades asociadas, al abordar globalmente la interacción de factores culturales, socioeconómicos, ambientales y genéticos en el origen de estas modernas epidemias, típicas ya del siglo XXI.

La doble epidemia de constituye un problema de salud relacionado con el cambio metabólico inducido por estilos de vida poco saludables y tiene como base patogénica la resistencia a la insulina, la cual condiciona un estado de hiperglucemia, paso que antecede a la DM-2, cuyo riesgo de padecerla aumenta en proporción directa con la magnitud del sobrepeso corporal y se relaciona significativamente con el incremento central de los depósitos de grasa en el cuerpo. El binomio DM-2 y adiposidad abdominal agrava el daño vascular y pone en peligro la supervivencia.

“El doctor Zimmet impactó al mundo en 2001, cuando nos entregó este maravilloso concepto de la diabesidad. Yo lo conozco mucho, es un hombre interesantísimo y muy simpático. Vino a Chile hace muchos años y es genial, porque concluyó algo que muchos sospechábamos: la pérdida de estilos de vida tradicionales en el que vivían las poblaciones primitivas y la influencia negativa de la civilización occidental, con estilos de vida menos saludables, son los responsables de los efectos negativos que, actualmente, estamos viendo: obesidad, diabetes, hipertensión y dislipidemia”, destaca el doctor Manuel García de los Ríos, padre de la diabetología chilena, académico, investigador y Premio Nacional de Medicina 2016.

Ese año, el especialista de Melbourne inauguró una conferencia internacional de tres días sobre cómo esta patología estaba camino a convertirse en el problema de sanidad pública más caro e importante de Australia y el mundo en la próxima década, desbordando los presupuestos y recursos sanitarios futuros. Además, mostró de qué forma estaba afectando a las poblaciones indígenas australianas. 

Allí declaró que estábamos frente a la mayor epidemia de la historia del mundo. “Una verdadera pandemia de diabetes y obesidad está amenazando a las poblaciones autóctonas de América del Sur y del Norte, Asia, Australia y el Pacífico, las que podrían desaparecer, a fines del siglo, si no se frena el avance de este mal”, expresó el médico.

Junto a su equipo de investigación había descubierto que esas poblaciones estaban particularmente expuestas al riesgo de DM-2, causada sobre todo por la obesidad, producto –a su vez- del cambio demasiado rápido de los modos de alimentación y de vida de los occidentales.

El profesor Zimmet encabezó el equipo investigador del Estudio Australiano sobre Diabetes, Obesidad y Estilo de Vida (AusDiab) que se realizó entre 1999 y 2000 sobre una muestra de más de 11.000 adultos. Los resultados fueron alarmantes, porque como el diabetólogo advirtió en aquel entonces este problema iba “más allá de la medicina. Toda nuestra forma de vida nos está alejando de los escenarios en los que somos capaces de mantener una buena salud”.

Las enfermedades infecciosas dejaron de ser la primera amenaza de supervivencia de estos aborígenes. Evidencia que puede extrapolarse a toda la población, que abandonó la actividad física, la alimentación frugal de frutas, vegetales y pescado y las reemplazó por sedentarismo, grasas saturadas, azúcares refinados y alcohol. Realidad que también afecta a nuestro país. 

De la desnutrición a la obesidad infantil en Chile

La infancia es una de las etapas más importantes del desarrollo de una persona, donde la alimentación es clave para el crecimiento físico y la cognición. Algunas veces, este requerimiento no está del todo satisfecho, porque los niveles nutricionales están condicionados por factores genéticos, así como por el contexto económico y sociocultural.

Cuando se produce un quiebre entre los factores condicionantes, los niños sufren de hambre y mala alimentación, propiciando la desnutrición, cuyo riesgo se traduce no sólo en mortalidad, sino también en mayor riesgo de discapacidad física e intelectual.

En los años 30’, la mortalidad infantil en Chile era elevadísima, superando las 200 muertes por cada 1.000 nacidos vivos. Es decir, un 40 por ciento de los menores fallecía antes de cumplir los seis años. Las principales causas de morbimortalidad se relacionaban con las enfermedades infectocontagiosas, distrofia y desnutrición. Contábamos con los peores indicadores de salud y nutrición de los países americanos.

El panorama resultaba aún más demoledor, al constatar que un importante porcentaje de los pequeños que lograban sobrevivir, sufría algún grado de deterioro intelectual producto de la falta de nutrientes, lo que condicionaba su inserción en el sistema escolar. De hecho, a mediados del siglo XX, de cada 100 niños que entraban a la educación básica, sólo 10 lograban terminarla.

La sociedad consideró a la desnutrición como algo inaceptable y una vergüenza para el país, que requería la solidaridad de todos. Eso llevó a que, a mediados de siglo, este tema comenzara a ser una preocupación importante de la salud pública en Chile. 

Se implementaron, de manera simultánea, diversos proyectos y acciones para atacar el problema y los distintos factores que, en ese tiempo, incidían en la aparición y mantención de la desnutrición infantil, llevándose a cabo programas de agua y saneamiento básico; planificación familiar; aumento de los niveles de escolaridad del conjunto de la población y, en especial de la madre; reducción de los niveles de pobreza; refuerzo de la infraestructura sanitaria básica; y programas de complementación alimentaria, entre otros. 

Entre 1960 y 2000, Chile logró erradicar la desnutrición infantil, al reducir su prevalencia desde un 37 a un 2,9 por ciento en niños y niñas menores de seis años, cifras que incluyen la desnutrición leve. Ya en 1990, la desnutrición moderada y grave, prácticamente, había desaparecido del país con indicadores de 0,2 y 0,1 por ciento, respectivamente.

En otras palabras, a fines de los años 80’, nuestro país había logrado una virtual erradicación de la desnutrición infantil, gracias a una firme política estatal aplicada de manera sostenida durante décadas contra esta patología, independientemente de los vaivenes políticos y económicos.

Este resultado se debió, en gran medida, al consenso de técnicos, políticos y trabajadores sociales, quienes siempre sostuvieron que, aun cuando fuéramos un país subdesarrollado y sin mayores recursos, era posible mejorar el nivel de salud y nutrición con una adecuada administración, dirigida verticalmente desde el sector salud.

Nueva sociedad, nueva realidad nutricional

De la mano de los mejoramientos sanitarios, se experimentó también una importante transición demográfica. La tasa de mortalidad infantil disminuyó en forma dramática de un 82,2 por ciento en 1970 a un 7,8 en 2002. Como consecuencia de lo anterior, la esperanza de vida aumentó desde 60,5 años en hombres y 66,8 años en mujeres en 1970 a 73,2 y 79,5 años en 2002, respectivamente.

En este mismo período, Chile continuó inmerso en un proceso de urbanización creciente. En los años 70’, el 75 por ciento de la población vivía en asentamientos urbanos y al año 2000 esta cifra aumentó al 86,6 por ciento. 

Esto trajo consigo los efectos positivos que ya abordamos, pero también aspectos negativos como los cambios en los estilos de alimentación, en actividad física, consumo de tabaco, alcohol y drogas, junto a los problemas de contaminación ambiental y aumento de los problemas de salud mental en la población. Estos últimos factores están directamente relacionados con el aumento de las enfermedades crónicas no transmisibles.

Chile actualmente se encuentra en el sexto lugar mundial en obesidad infantil y en el primer puesto en América Latina. Así lo demostró un estudio publicado en enero de 2016 en la revista del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA), que advierte que en el 70 por ciento de los niños va a ser obeso en el corto plazo.

De ser uno de los países con altas tasas de desnutrición infantil en 1960, hoy se vive otra realidad totalmente diferente. ¿Cómo de una sociedad con 37 por ciento de niños desnutridos nos transformamos en una con más de un 30 por ciento de menores de seis años con exceso de peso y obesidad?

Para muchos, la desnutrición no puede ser considerada aparte del problema de la obesidad, ya que ambos fenómenos están íntimamente relacionados y afectan, prioritariamente, a los grupos socioeconómicos más pobres.

La obesidad infantil actual es sinónimo de una mala nutrición, pues se trata de un proceso metabólico en el que se produce una acumulación de grasa excesiva en relación con el promedio normal para la edad, sexo y talla de un menor.

Sus causas son multifactoriales, dentro de ellas las influencias ambientales, socioculturales, genéticas y el sedentarismo sobresalen. Si bien los infantes ya no fallecen por falta de alimento, gracias a las firmes políticas de Estado instauradas hace cuatro décadas, hoy esa misma convicción se necesita para impedir que los niños del futuro comiencen a sufrir y morir por obesidad. 

La discapacidad física e intelectual provocada por la desnutrición infantil, ha sido sustituida por las alteraciones psicosociales y discriminación que los pequeños con obesidad padecen desde muy temprana edad de parte de sus coetáneos, quienes cruelmente los sitúan como protagonistas de sus burlas, provocando aislamiento, problemas conductuales y de relaciones interpersonales, que los sumergen en un círculo vicioso del cual no pueden salir sin ayuda. 

Por otro lado, el exceso de peso y la obesidad en grandes y chicos son los principales factores de riesgo de otro grave problema: la DM-2. Esta otra epidemia se ha transformado en una situación crítica para la salud pública con una prevalencia del 10 por ciento de la población. Esto se traduce en que uno de cada 10 chilenos padece esta enfermedad. Se estima que uno de cada cuatro niños tiene obesidad, lo que aumenta en siete veces su riesgo de diabetes, intolerancia a la glucosa, hipertensión y alteraciones de los lípidos.

“Cuando terminé mi beca de medicina interna en el Hospital San Juan de Dios con el profesor Rodolfo Armas Cruz, alrededor de 1957, comencé a interesarme por la diabetes. La prevalencia de la enfermedad, en ese entonces, en el país debe haber sido del orden del tres a cuatro por ciento, porque después del año 81’, cuando hicimos con la doctora Iris Mella el estudio más importante de la época –creo- de epidemiología de la diabetes en Santiago, publicado en Chile y el extranjero, encontramos un 5,3 por ciento de prevalencia”, señala el doctor Manuel García de los Ríos.

“Desde esa época hasta ahora, la evolución de la diabetes ha sido tremenda. Se ha duplicado, al igual que en todas partes del mundo, y la causa es la obesidad. Entre 1980 y 2016 prácticamente en todo el orbe la frecuencia de diabetes y obesidad se ha duplicado, salvo en los países que in illo tempore fueron pobres o subdesarrollados, como India y China, donde el número de obesos y diabéticos se cuadriplicó. Y la respuesta a este problema es simple: los cambios de hábitos saludables, poco ejercicio y aumento del alimento inapropiado”, agrega el autor de más de 150 artículos y editor de tres libros sobre el tema, reconocidos internacionalmente.

La Encuesta Nacional de Salud del año 2010 reveló que las personas obesas alcanzaban los 8,9 millones; que el 22,3 por ciento de los niños de pre kínder, el 23,6 de los de kínder y el 25,3 de primero básico eran obesos. En el consumo de alimentos como azúcar, sal, mayonesa y helados, el chileno supera con facilidad al resto de América Latina, muchas veces, doblando –y hasta triplicando- la ingesta por persona de estos productos. 

El crecimiento de los niveles de ingreso de la población, ocurrido desde finales de los años 80’, se tradujo en un mayor consumo de alimentos. Desafortunadamente, los productos elegidos fueron los procesados con alto contenido de grasas, azúcar y sal, los que antes sólo eran comprados en ocasiones especiales y en cantidades pequeñas. Por el contrario, la ingesta de cereales, legumbres y otros alimentos ricos en fibra y antioxidantes, como frutas y hortalizas, permaneció estable o disminuyó. 

La políticas pasadas estuvieron centradas en el conceder, pero faltó un componente esencial: educación a la población, para que pudiera alimentarse bien. La desnutrición y los períodos complicados de crisis económica en Chile entregaron un mensaje social erróneo que, intrínsecamente, decía que era necesario comprar comida, acumular y comer para salir de la marginalidad y de la pobreza.

La dieta de los chilenos no es saludable. La última Encuesta Nacional de Consumo Alimentario mostró que sólo un cinco por ciento de la población se alimenta de forma adecuada y un 95 requiere cambiar sus hábitos.

El 75 por ciento de los adolescentes que sufren esta enfermedad serán obesos adultos con un alto factor de riesgo de enfermedades cardiovasculares, poniendo de este modo su vida en serio peligro. Es por esa razón que como país se deben tomar medidas desde la infancia para combatir la diabesidad, la doble pandemia del siglo XXI.

“El sedentarismo en Chile es tremendo. Está sobre el 83 por ciento. Y para qué decir de la ingesta de hidratos de carbono y grasa, sinónimo de obesidad. Lamentablemente, la evolución nos ha llevado a eso. La única manera de revertir estas tristes cifras es concientizando, para volver a hábitos de vida saludables. Eso sólo se logra con políticas públicas donde todos los actores estén implicados. Así fue como se trabajó contra la desnutrición y así debemos trabajar contra la diabesidad”, declara el doctor García de los Ríos. 

“En mi época, uno llegaba del colegio, hacía tareas y partía a jugar. Hoy, mi bisnieto, que ya tiene siete años, juega con la tablet. Los niños mientras más chicos, menos actividad física practican. Se debe revertir radicalmente ese estilo de vida. No sacamos nada con educar a los adultos, tenemos que enfocarnos en los niños, partiendo en el jardín infantil. Esa es la única forma de impactar y generar el cambio que se necesita”.

Prevención y tratamiento: trabajo multidisciplinario 

La diabesidad es un problema de salud mundial no resuelto, que afecta la calidad y expectativa de vida de quienes la padecen. Sabiendo que la prevención constituye la clave para detener esta epidemia, urge crear políticas integrales y efectivas para conservar la salud que incluya a todos los sectores involucrados: educación, economía, obras públicas y equipos sanitarios. 

Para la doctora Marcela Díaz Cánepa –destacada endocrinóloga del Hospital Dr. Gustavo Fricke y directora de las IV Jornadas diabesidad, organizadas recientemente por la Fundación Lucas Sierra en Viña del Mar- “cada cual tiene su grano de arena que aportar. Desde la casa, pasando por el colegio y el Estado, no sólo en el ámbito sanitario, sino que también en temas tan importantes como arquitectura y urbanismo. El diseño de las ciudades y sus parques es un aspecto fundamental de la vida de los seres humanos y en eso deben trabajar los sectores públicos y privados en conjunto”.

“Entregar una buena alimentación, enseñar a nuestros hijos qué son y aportan los alimentos, incentivar la elección de buenas colaciones, estimular la actividad física como parte de la vida desde la primera infancia son algunos esfuerzos pequeños que, con el tiempo, pueden transformarse en grandes cambios”, indica la especialista.

Se suele culpar a los equipos de salud sobre la eficacia limitada de los programas instaurados y las intervenciones realizadas para revertir las estadísticas. “En vez de preguntarnos en qué hemos fallado como equipo de salud, destaca la doctora Díaz, la pregunta que valdría hacerse es en qué hemos fracasado como sociedad. En primer lugar, no hemos sido capaces de frenar a los conglomerados económicos que han insistido en mantener productos de mala calidad a disposición de la población. En segundo lugar, en el tema del ejercicio, también tenemos mucho que hacer. Si bien cada vez se ve a más gente corriendo por las calles, esa conciencia es individual. Falta impulsar una conciencia colectiva y para eso necesitamos espacios donde practicar. En tercer lugar, los horarios laborales no facilitan el tema y tampoco el comer en forma correcta: poco tiempo y mayor disponibilidad de comida rápida de alto contenido graso y menos de frutas y verduras. Ha habido avances, pero nos queda mucho camino por recorrer”.

No todo es negativo. Luego de la evaluación de los objetivos sanitarios 2000-2010 y la utilización de una metodología adecuada, el Estado diseñó una nueva Estrategia de Salud para 2011-2020, teniendo como norte la prevención de enfermedades, el fomento de los hábitos de vida más sanos, la garantía de una atención, digna, oportuna y de calidad; y el mejoramiento de las gestión y eficiencia de hospitales y centros de atención primaria.

El programa Elige Vivir Sano, en la que el doctor García de Los Ríos participó –como él dice- “marginalmente” y la reciente puesta en marcha de Ley de Etiquetado de Alimentos forman parte de este trabajo multidisciplinario. 

“Los resultados de todo lo que se está haciendo ahora, se van a ver en tres años más, cuando se publique la nueva Encuesta Nacional de Salud 2017. Ojalá que se refleje un estancamiento en las tasas de crecimiento de la obesidad y la diabetes. A lo mejor, nos encontramos con la sorpresa de que descendieron, lo cual sería para mí una alegría enorme. Pero los verdaderos cambios se van a ver en 25 años más. Yo veo un futuro muy positivo y promisorio”.

“Soy un médico de la antigua escuela. Creo que es muy importante que uno escuche, converse y empatice con el enfermo. De esa manera, ese paciente va a tener fe en lo que uno le está diciendo y enseñando. Esa es la clave del éxito en medicina y en la vida: aceptar al otro como un legitimo otro”.

La batalla de Chile contra sus kilos ya comenzó. Las medidas que se están tomando frente a las enfermedades provocadas por una dieta poco saludable y carente de ejercicio no serán exitosas si no se educa a la población para que se empodere y haga responsable de esta epidemia. Y de este último punto, los equipos de salud, no se deben restar.

Por Carolina Faraldo Portus

Dr. Paul Zimmet

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Dr. Manuel García de los Ríos

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Dra. Marcela Díaz Cánepa

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