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09 Junio 2003

Dr. Francisco Arenzana

Una vida de hombres... y de niños

Por Paloma Baytelman

Es 1939 y la decisión está tomada. Habrá que partir a Sudamérica. Con los ojos cerrados, el doctor Francisco Arenzana confía en el azar y deja caer su dedo índice sobre un mapa del continente: Chile.

Esta situación, que bien podría corresponder al inicio de una novela, es la que debieron enfrentar muchos españoles atrapados en el dolor de un conflicto del que aún hoy se habla y se escribe profusamente. Pero en este caso, más que ficción, es el detalle exacto de lo ocurrido al doctor Francisco Arenzana Santos, médico pediatra que ha ejercido durante más de medio siglo la profesión en nuestro país.

Con estos antecedentes, no podíamos menos que sentirnos ansiosos al momento de llegar a su casa, o a su “piso”, como dicen los españoles, en el tradicional sector de la calle Colón. “Pero nada”, a los pocos segundos ya hablábamos de España, de su lema de rotario, de los niños, de la juerga, las mujeres, y la sala se llenaba con su voz y su acento cerrado, como si recién dejase el barco que lo trajo desde Europa. He aquí un hombre lleno de historia e historias.

Cuesta adquirir una perspectiva razonable de la magnitud del cambio de vida que enfrentaban los inmigrantes en la primera mitad del siglo XX, e imaginar esos eternos trayectos marítimos cuando cada vez es más sencillo y rápido viajar. Un mes en barco cruzando el atlántico con escalas en países que a la postre son tan poco conocidos como el destino final; sin duda el paso de los días hacía que en ellos estuviesen cada vez más encontrados los sentimientos de incertidumbre y ansiedad.

Aunque la decisión estaba tomada, para el doctor Arenzana partir no fue fácil. En 1939, el mismo año que marcó el fin de la Guerra Civil Española y cuando la Segunda Guerra Mundial ya era inminente, el médico se enteró de que Pablo Neruda había iniciado las gestiones para ofrecer asilo en América, y principalmente en Chile, a exiliados políticos y a algunos disidentes del régimen de Franco que aún permanecían en España.

Con el fin de sacar de Europa a la mayor cantidad posible de refugiados españoles junto a sus familias, el poeta convenció al Presidente Pedro Aguirre Cerda de arrendar un gran barco: el Winnipeg. Para este objetivo a Neruda le fue otorgado el título diplomático de Cónsul Especial para la Inmigración Española con sede en París, tras lo cual comenzó a trabajar en la selección de los inmigrantes que solicitaban viajar a Chile, revisando personalmente la nutrida correspondencia con postulaciones que, en forma creciente, comenzaban a llegar a su oficina de la Embajada parisina. El doctor Arenzana fue una de las tantas personas que enviaron sus antecedentes.

El buque, un viejo carguero francés con capacidad para 30 tripulantes, fue reacondicionado y en él, más de 2.000 refugiados partieron en agoto de 1939 rumbo a las costas chilenas. El médico no estaba entre esos pasajeros. El poeta no lo había seleccionado.

En la línea de fuego

Mucho antes de convertirse en rotario, Francisco Arenzana ya había hecho suyo el lema de la agrupación: “servicio antes que beneficio”, por eso decidió estudiar medicina en Madrid, carrera que terminó en 1928 a los 21 años. Posteriormente, dado su afecto por los niños, realizó su especialidad en pediatría.

Con el título bajo el brazo en 1929 volvió a su tierra natal, la ciudad de Logroño, donde trabajó para el Estado español durante los siguientes siete años, hasta que se vio enfrentado a lo que él denomina como un “accidente” de la vida.

“Un sábado de julio de 1936 partimos con un amigo a San Sebastián, localidad que distaba unos 160 kilómetros de nuestro pueblo. Un par de días más tarde, Franco dio el golpe precisamente en la ciudad que visitábamos. Como yo era funcionario estatal, me llamaron a presentarme al servicio de la patria. Así me vi de pronto en medio de la guerra, atendiendo a los heridos del frente de batalla”, recuerda.


Vivió en carne propia la crudeza del conflicto, pero también las particularidades que implica un enfrentamiento entre conciudadanos. “Era verano y yo estaba en el frente de Santander. Se había producido un alto al fuego y las tropas permanecían tan cerca una de otra que nos pusimos a conversar con los enemigos. Al final del día habíamos hecho tan buena amistad -porque todos sabíamos que en el fondo no había motivos para la guerra- que empezamos a jugar un partido de fútbol. Finalmente nos enojamos por cosas propias del deporte, algunas patadas, unos fouls, y terminamos volviendo cada uno a su guarida, pero la pelea ya no era por España, sino por los goles”.

Al poco tiempo de iniciado el conflicto, el doctor Arenzana fue nombrado jefe de Salud de la provincia de San Sebastián e inspector general de los servicios de higiene infantil de la zona, cargos que se vio obligado a aceptar aunque no compartía en lo más mínimo los constantes bombardeos del frente de batalla, ni la miseria provocada por la guerra. “Cuando veía que no había mucho para comer en el hospital, incluso llevaba a algunos enfermos y les daba de cenar en mi casa”, cuenta.

La situación se volvía cada vez más insostenible. Más de medio millón de republicanos con sus familias lograron llegar a Francia atravesando los Pirineos. Sin embargo, la gran mayoría de los refugiados españoles fue enviada a campos de concentración que se establecieron en el país galo y en sus territorios de Argelia y Marruecos.

“El 23 de enero de 1939 recorrí con un grupo de gente los pirineos que estaban completamente nevados. Hacía un frío que calaba los huesos y cuando logramos llegar, unos policías franceses nos detuvieron por entrar al país sin permiso y nos metieron a un campo de concentración. Habían allí 150 compatriotas”.

Prats de Molo, el lugar donde apresaron al doctor Arenzana, es un pequeño pueblo del sur de Francia, que en esa época se caracterizaba porque la mayoría de sus habitantes pertenecía al partido comunista. “Se enteraron de que habían españoles detenidos y se pusieron en contacto con nosotros. Llevábamos sólo cinco días en el campo de concentración cuando consiguieron rescatarnos y nos trasladaron a subterráneos que tenían en sus propios hogares. Recuerdo que sobre nuestras cabezas sentíamos los pasos de la policía cuando entraban casa por casa buscando refugiados ilegales, pero nunca nos encontraron. Luego, nos dieron ropa y yo partí a otro pueblo: Persignan, donde me quedé algún tiempo hasta que logré volver a España. Una vez de regreso algunos amigos franquistas -que también los tenía- me acogieron”.

Ese mismo año, dada la precaria y dolorosa situación en que había quedado España tras el conflicto bélico, el médico tomó la firme decisión de emigrar. “Pensé en Latinoamérica, pero como sólo tenía un concepto geográfico de los países, me puse ante un mapa, cerré los ojos y apunté al azar con el dedo. Donde cayera mi índice iba a ir. Ese era mi destino. Cuando miré, vi la palabra Iquique. Había oído que era una ciudad muy importante de Chile y me dije, entonces a Chile me voy. Podría haber sido cualquier otro país como Colombia, Brasil o Argentina, pero el destino me trajo para acá”.

El médico piensa que no fue aceptado como pasajero del Winnipeg por no contar con antecedentes políticos suficientes. “Aunque yo estaba contra la guerra y había tenido que prestar servicios durante largos años en el frente de batalla contra mi voluntad, pesó más el hecho de que yo era –y soy- apolítico, por lo que no me pude embarcar en aquella ocasión”.

Entonces el doctor Arenzana encontró una nueva posibilidad en el “Órbita”, un barco perteneciente a los Cuáqueros, agrupación religiosa protestante de origen inglés que participó en la ayuda de refugiados al término de la guerra civil española. La nave zarpó con rumbo a Chile en octubre del mismo año.

El viaje duró exactamente 30 días, bajo la amenaza constante de los submarinos alemanes. Allí el médico se dedicó a leer y a conversar con gente que la mayoría de las veces no tenía con él nada en común, salvo la profunda desolación que les dejó la guerra. Pero por sobre todas las cosas, durante ese mes cruzando el atlántico, comenzó a engendrar un sentimiento de nostalgia por su patria que lo acompañaría durante toda la vida y que marcaría su existencia.

El amigo forastero

Con esa mezcla de incertidumbre y ansiedad, el doctor Francisco Arenzana llegó a Chile a fines de 1939 y el primer trabajo que realizó fue como visitador médico de una importante empresa de alimentos para niños. “Mi misión era ir a ver a los médicos para contarles de las bondades de estos productos. Sin embargo, no alcanzaba a hablar ni dos minutos, cuando comenzaban a preguntarme de dónde venía y qué hacía en España. En ese momento me decían, médico, español, refugiado político: ¡cuente hombre, cuente!. Entonces se me abrían todas las puertas, era un fenómeno. Tuve en este país una acogida muy buena, sobre todo por parte de mis colegas”.

Había en esa época facilidades para que los médicos españoles validaran su título profesional, por lo que al poco andar el doctor Arenzana estaba atendiendo pacientes en el Hospital Roberto del Río, donde de inmediato comenzó a ejercer lo que era la vocación de su vida: la pediatría. Más adelante trabajó también en el Hospital Calvo Mackenna, donde entabló nuevas amistades.

El profesional cuenta que el nivel de la especialidad era bastante bueno en esa época. “No había mayores diferencias con el trabajo que se estaba realizando en Europa, incluso aprendí mucho de los pediatras chilenos. Tuve aquí grandes maestros”.

El doctor Arenzana piensa que el progreso de la pediatría en Chile, al igual que el del resto de la medicina, ha sido muy bueno. Para él, el único problema que ha existido siempre pasa por un tema de recursos. “Aunque el nivel de desarrollo de la especialidad, permite compararla con la pediatría que se ejerce en cualquier parte del mundo, no se pueden hacer milagros si faltan hospitales o camas. Estas son las principales falencias que hemos debido enfrentar. Si algo de desarrollo falta en la medicina chilena, es por carencia de recursos y no por capacidad profesional”.

En 1973 el médico decidió volver por un tiempo a Europa. El Estadio Español fue escenario de una concurrida y emotiva despedida a la que asistieron más de 150 personas entre compatriotas, amigos, familiares y colegas.

“Además de la nostalgia, mi padre volvió a España porque si trabajada tres años más allá, lograría llenar unos vacíos previsionales y le podrían otorgar una jubilación definitiva”, explica María Ximena, una de sus hijas. “Tengo una excelente jubilación que no me la merezco. Que me paguen a mí cuando yo he trabajado, creo que está bien, pero que me paguen ahora que me levanto a las 11 de la mañana, eso me choca un poco”, dice el médico.

El doctor Arenzana permaneció seis años en Europa y regresó cuando María Ximena se casó. Aquí hizo su vida y no ha regresado a España. Pero su mente está allá todos los días.

“La alegría de los españoles es única, cualquier cosa es motivo de fiesta. Cuando los veo por la televisión me avergüenza un poco, porque la gente de acá debe pensar que somos unos locos. Es un país maravilloso. Doy gracias a Dios por ser español”, señala.

Tanto es el amor del médico por su patria, que ha presidido varias agrupaciones ibéricas. Primero se integró a la Sociedad Benéfica de La Rioja donde actuó como secretario, vicepresidente, presidente y director, en distintos períodos entre los años 1958 y 1995. A partir de 1983 se integró al directorio de la Asociación de Instituciones Españolas de Chile (AIECH), donde fue presidente entre 1985 y 1996, año en que se le nombró presidente honorario del organismo. “Esto me significó muchas obligaciones y desvelos, pero también me dio grandes satisfacciones. Por ejemplo, he tenido el honor -porque para mí es un honor- de recibir a los reyes de España las dos veces que han estado acá”.

Su permanente compromiso con estas agrupaciones lo llevó a compartir con muchos compatriotas. “Así fue como conocí a Francisco Saval, el padre de Emilio Saval (presidente del Laboratorio), que llegó a Chile en la misma época que yo. Era un hombre extraordinario, por lo que desarrollamos una gran amistad. Por eso sentí mucho que muriera tan prematuramente. Era muy trabajador, lo que le permitió fundar un Laboratorio que al principio era pequeño, pero que a punta de esfuerzo fue creciendo y hoy es una excelente empresa, con mucho prestigio gracias a la calidad de sus productos”.

Hombre de amigos y familia

Como buen español al doctor Francisco Arenzana le encantan las fiestas y reuniones sociales. Precisamente en una de estas ocasiones conoció a su mujer, Rosa Calabuig. “Había un desfile de modas en el Centro Español que quedaba en la calle moneda. Allí me la presentaron. Una joven muy guapa y, aunque era hija de catalanes, bastante tranquila. No compartía mucho mi ritmo de vida, porque a mí siempre me ha gustado la juerga, el chacoteo, la broma y el baile. El flamenco”.

Aunque le cuesta un poco caminar, el médico no para y continúa reuniéndose una vez al mes en el Círculo Español con un grupo de ocho amigos. “Me gusta cultivar la amistad, porque para mí es una cosa fundamental. Tengo 96 años y casi ni los siento, aunque tengo un lumbago que me molesta un poco. En casa me tienen que poner freno pues me gusta mucho salir a reuniones sociales, a comidas. Llevo una vida muy activa, porque soy muy conocido”, cuenta.

Junto a su esposa formaron una sólida familia con dos hijas, María Cristina y María Ximena, tres nietas, María Ximena (25 años), María José (24 años) y Macarena (21 años), y un yerno, Juan Pablo Barros. “Él es como el hijo que no tuve. Lo quiero mucho. Qué más puedo pedir yo a un hombre que haga feliz a mi hija y además que le dé todo lo que ella necesita y un poquito más”.

Precisamente porque no tuvo hijos varones el doctor Arenzana anhela un bisnieto. “Espero tener un chiquitín para hacerle cariño. Me encantan los niños, es mi gran debilidad, más que las mujercitas. Pasa uno por la calle y tengo que hacerle un cariño en la cabeza. Soy pediatra porque amo a los niños y luego porque amo a la profesión. Es una doble vocación”.

El médico cuenta que su vida ha sido plena y feliz. “Aunque es difícil dar consejos, yo diría que lo importante es mantener la unidad nacional y familiar. La comunicación entre padres e hijos es algo clave. Pero todo está en la manera de ser de cada uno. No es malo el que no lo hace, pero para mí ha sido fundamental el hecho de entregarse a los demás. Es el lema de los rotarios servicio antes que beneficio y si hay una cosa que me pena es la miseria de la gente, por eso creo que debería existir mayor igualdad”.

El doctor Arenzana dice que en su corazón hay un exceso de cariño y se le nota. Cada palabra y cada gesto suyo están llenos de esta alegría que no puede disimular y que ha sido el sello de un hombre lleno de historia y de historias, que ha conseguido materializar el sueño de muchos: tener una VIDA con mayúscula.

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