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tibia como si fuera la noxa en sí misma. La
fiebre, a diferencia de la hipertermia, raramente
amenaza el bienestar del niño, pero en cambio
es capaz de reducir la replicación viral, aumenta
la capacidad fagocítica de macrófagos y NK y
mejora la diapédesis leucocitaria, entregando
alguna ventaja inmunológica frente a la agresión
infecciosa. El costo es un aumento leve del gasto
metabólico que en niños normales es irrelevante,
y el riesgo de provocar una convulsión febril
es muy bajo y aunque se produjera, rara
vez llega a provocar un status convulsivo.
Al obtener la historia sobre la enfermedad actual,
se insiste en redundar sobre datos de la fiebre,
el primer signo vital obtenido en la mayoría
de las consultas en servicios de urgencia y en
las áreas de priorización es la temperatura,
las instrucciones dadas a los padres después
de la visita por un cuadro agudo enfatizan
en recomendar llamar o volver a control si la
temperatura del niño va más allá de cierto valor
o si persiste más de cierto tiempo. A pesar de
este énfasis en la condición de la fiebre, las
instrucciones dadas a los padres con respecto
a los cuidados de la fiebre son a menudo
incompletas y confundentes, describiéndose
que frecuentemente nunca se definió que es
fiebre alta, no se explica los reales peligros de
la fiebre ni las razones de la fiebre. Poniendo
el énfasis en medir la temperatura de un niño y
simultáneamente dar la información inadecuada
sobre fiebre, se puede aumentar la ansiedad y
perpetuar el temor infundado a la fiebre en el niño.
En
1980,
Schmitt acuñó el término fiebrefobia
para describir el temor exagerado a la fiebre,
describiendo los errores conceptuales de los
padres, de bajo nivel sociocultural, respecto
de lo que entendían por fiebre y como estos
errores llevaban a prácticas inadecuadas y de
riesgo para obtener la disminución de la fiebre.
Estudios posteriores refrendan el concepto en
otros grupos sociales y los estudios efectuados
entre los miembros de la American Academy
of Pediatrics demuestran que
2
de cada
3
pediatras de Massachussets creían que la fiebre
per se podía dañar a los niños; desde entonces,
el concepto de fiebrefobia se extiende a los
profesionales del equipo de salud, de hecho
como un elemento que puede contribuir al temor
exagerado e infundado respecto de la fiebre,
sus consecuencias y su tratamiento inadecuado.
Este temor puede provocar acciones
potencialmente riesgosas para la salud del
lactante, como el uso de antipiréticos frente a
cifras de temperatura que no lo justifican, o al
uso exagerado de AINEs en presencia de mal
estado de hidratación potenciando el riesgo de
nefropatía y toxicidad. La información que posee
la familia respecto de la fiebre, su significado
y su enfrentamiento, parece ser insuficiente y
en un elevado porcentaje proviene de fuentes
empíricas, por lo que debe enfatizarse la actividad
educativa en este ámbito, en todo control de salud
infantil, entregando pautas claras y precisas.
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