58 familias como más valioso y los padres están más dispuestos a protegerlo y a brindarle todo lo que pueda necesitar. Diferente a lo que se veía en el siglo XIX en que las familias tenían numerosos hijos que debían repartirse el ingreso y el cariño. Esto, en una sociedad de consumo, hace que el niño reciba todo lo que desea sin hacer esfuerzo, a diferencia de lo que ocurrió con sus padres y abuelos que vivieron en una sociedad de penurias, en la que incluso las necesidades básicas se satisfacían a costa de grandes esfuerzos y la frustración y la esperanza eran sentimientos cotidianos. En esa sociedad la relación era vertical, jerárquica y autoritaria y los padres ponían el énfasis en desarrollar las capacidades y conocimientos de los niños mediante métodos rigurosos, más que en entregarles bienes materiales. En la sociedad de consumo, la sociedad de la abundancia, al niño se le hace creer que tiene derecho a tenerlo todo, perdiéndose el incentivo que representaba el “esfuerzo” y la “esperanza” de alcanzar lo deseado si ponía en ello el empeño necesario; hoy, cuando este niño no puede conseguir algo a lo que cree tener derecho, no sabe cómo manejar la frustración y rápidamente aparecen conductas agresivas; por otra parte los padres ya no son exigentes con los niños, no es bien visto, y desarrollan con ellos una relación en la que quedan despojados de toda autoridad. El problema es que a medida que el bienestar y la salud física avanzan (mayor ingreso per cápita y expectativas de vida) la salud psíquica decae; por ejemplo, en Chile actualmente 30% de los niños tiene algún grado de retraso en el desarrollo general o del lenguaje, mientras que hace treinta años sólo había un 10%; también se observa retraso en la capacidad para resolver problemas y enfrentar conflictos, los niños demoran en crecer, la adolescencia se prolonga, llegan a ser adultos más tarde. El establecer límites es tranquilizador para los niños, pero hoy los padres no educan en respetar límites, han decidido no hacerlo, y las consecuencias pueden ser muy serias. La figura siguiente resume el proceso de individuación del ser humano y el rol que juegan madre y padre dentro de él. La angustia de separación lleva al niño a “defenderse de la madre” y explica las rabietas y el oposicionismo que desarrolla. Los psicólogos explican que “un ser femenino encuentra un sentimiento de potencia al satisfacer las necesidades de un tercero; y el niño es un perfecto tercero con necesidades”; por esto las mujeres siempre se han entregado por entero a satisfacer las necesidades de sus hijos, en contraposición al rol paterno que tradicionalmente era más distante y con un propósito de preparar para “las rigurosidades” de la vida. Sin embargo, el rol paterno ha cambiado: antes él era el sostenedor de la casa, el autoritario y tenía “derecho” a mostrar un comportamiento jerárquico y “egoísta” que contrapesaba la enorme disponibilidad femenina. Hoy ese equilibrio se ha perdido porque el padre debe compartir roles con la madre, ya que ella también ha desarrollado su potencial, autonomía económica e independencia, trabaja y es profesional, como dice Shakira, Isabel Mebarak Ripoll (Barranquilla, 2 de febrero de 1977), “las mujeres no lloran, las mujeres facturan” y, a su vez, no es bien visto que el padre muestre comportamiento egoísta y autoritario. Todo esto ha sido muy bueno para el desarrollo del hombre, la mujer y la sociedad, pero ha generado un nuevo paradigma en el desarrollo emocional del niño que es necesario comprender, reparar y balancear, sumado a la acción de las tecnologías y su impacto en el neurodesarrollo del niño en crecimiento. Entre 0 y 3 años de edad, para el niño el padre es visto como sustituto de la madre, de modo que no se debe repetir los roles de ésta. El rol paterno a esta edad consiste principalmente en ser el amante de la madre, permitir que ella viva como mujer, que no
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