Ráfagas de Cultura y Arte

121 Los imbunches son maléficos, deformes y tienen la cara vuelta hacia la espalda, con una pierna pegada a la nuca. Pronto, también, aprendimos sobre el famoso Caleuche (transformada, gente=che). Hay varias teorías que explican el nombre de ese barco y, al menos dos de ellas, lo relacionan con visitas o piratería holandesa. Si uno busca historias pasadas de brujos en Chiloé va a encontrar que, en 1880, el Juzgado de Ancud realizó el "proceso a los brujos", por orden del Intendente. Se habría enjuiciado a varias ¿decenas? personas, llegando a encarcelar algunos sin haber obtenido pruebas. Hubo rumores de que fueron torturados. Quicaví, dijeron en Quemchi, era el lugar donde estaba la cueva de los brujos, donde ellos se reunían y discurrían su presente, futuro y acciones. Pulgas en el suelo. Puchas. La mayoría de nosotros solo conocíamos las pulgas de nombre. Al llegar pusimos los sacos de dormir en el suelo de la escuela. En dos días conocimos las picadas de pulga. Luego empezamos a ser masacrados. Pese a ello, por la cantidad de actividad diaria, dormíamos muy bien y, si alguien roncaba, no se supo. Todos dormíamos. Unas pocas veces hubo algunos con diarrea y, casi siempre, en todos, la salud anduvo bien. Hubo algunas pequeñas lesiones por martillazos, golpes con maderas y otros elementos de la construcción, pero nada grave. Tal vez la única enfermedad que afectó a varios fue … el amor. Surtido humano, a gusto del consumidor. Éramos un conjunto muy surtido de humanos jóvenes en un tiempo sin tatuajes ni piercings y de vestimenta bastante tradicional. Algunas ocasiones, aprovechando el sol, unos pocos (¡y pocas!) se ponían traje de baño y se iban a la orilla del mar, desde donde se ven otras islas. Jamás he sabido con claridad lo que hacían los estudiantes del piedragógico. Eran el grupo más numeroso y algunos de amplia cultura y educación. Sabían y comentaban muchas, muchas cosas: filosofía, historia, literatura, fútbol, teatro, pintura, cerámica…y de un cuantuay. También jugaban naipe y varios habían llevado libros, a pesar de su peso. Eran como un grupo mayoritario, con subcultura propia dentro del total. Los envolvía un aura especial, de revolucionarios llenos de respeto por los demás, que sabían cosas del mundo que nosotros, el resto, ignorábamos. Las mujeres tenían personalidad propia y ninguna se parecía a otra. Marisa era de bellas manos cuidadas, sonreía, educada, excelentes modales, estudiaba pedagogía en castellano y se podría definir como “una dama”. La vida la llevó a Costa Rica, buscando mejores destinos, después de 1973. Se fue con el que había ganado el premio de ser su esposo, un tipo grato, de apellido italiano, que la amaba. Y siempre lo hizo. Pasaron los años y nunca nos separamos en la amistad, primero unidos por cartas de papel, en sobres. Después de mucho tiempo pude verlos en San José y disfrutar de sus presencias, comidas y diálogos. Pero no de los reproches frecuentes que me hacían por no ir a verlos y escribirles poco. En Centroamérica les fue bien. Trabajaron en la universidad, cuidaron a sus dos hijos y, a lo lejos, venían al sur del mundo. Décadas después: estuvieron en mi casa… Día inolvidable, como esta historia. Resulta difícil recordar esa familia sin suspirar. Ella y su esposo se fueron del mundo antes que yo. Tenía una hermana, Carmen, inteligente y culta. De hermosa sonrisa Guitarras y canciones. Nunca creí que pasaría eso. Inesperado, sorpresivo y…¡grato!. En el lote éramos cuatro de medicina; no nos conocíamos desde antes y, casualidad, todos con guitarra. Los cuatro cantábamos y nos gustaban la música argentina,

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