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20 Junio 2016

Música en vivo para el estrés

Un reciente estudio inglés reveló que asistir a conciertos musicales disminuye los niveles de cortisol en el cuerpo, la hormona responsable de una de las pandemias modernas que afecta a ciudadanos de todo el orbe.

El estrés es una reacción fisiológica, en la que varios mecanismos de defensa se activan, con el fin de entregar protección ante una situación percibida como amenazante o de demanda incrementada.

Se trata de una respuesta natural y necesaria para la supervivencia, que posee elementos emocionales y físicos. El problema radica en que, bajo determinadas circunstancias y en ciertos modos de vida, puede producirse una sobrecarga de tensión que repercute en el organismo, desencadenando la aparición de enfermedades y anomalías patológicas que impiden el normal desarrollo y funcionamiento del cuerpo humano.

El fisiólogo y médico austriaco, nacionalizado canadiense, Hans Selye desarrolló en 1936 una teoría acerca de la influencia del estrés en la capacidad de las personas para enfrenarse o adaptarse a las consecuencias de lesiones o enfermedades, la que permitió a la psicobiología una visión integrada y novedosa de la interacción organismo-ambiente.

Partiendo de las bases homeostáticas del biólogo, médico y fisiólogo francés Claude Bernard, el doctor Selye elaboró un complejo sistema mecanicista a nivel metabólico y fisiológico para explicar la trayectoria de alteración de este equilibrio dinámico. 

En sus trabajos de observación notó que, independientemente de la naturaleza del estímulo nocivo, el organismo responde de manera estereotipada, tomando una secuencia de transacciones metabólicas. A esto llamó Síndrome General de Adaptación (SAG) que incluía tres etapas universales: alarma, resistencia y agotamiento.

La primera de ellas, la reacción de alarma, involucra cambios bien definidos como hipertrofia e hiperactividad de la corteza suprarrenal, involución del timo e hipersecreción de corticotrofina y tirotrofina. 

Si el organismo sobrevive a esta fase y el estímulo nocivo persiste, se ingresa a una segunda etapa, en la que los órganos estabilizaban su función a niveles prácticamente normales, es decir, se establece una resistencia. Aquí se desarrollan un conjunto de procesos fisiológicos, cognitivos, emocionales y conductuales que entran a negociar la situación de estrés.

Cuando los mecanismos de adaptación ambiental no resultan eficientes, surge la fase de agotamiento, en la que los trastornos fisiológicos, psicológicos o psicosociales tienden a ser crónicos e, incluso, pueden llegar a provocar la muerte.

Fue el primero en utilizar la palabra stress –que significa tensión, presión, coacción- para definir la condición con la que el organismo responde a agentes nocivos. El concepto rápidamente fue adoptado a nivel mundial y sus ideas revolucionaron en su momento un campo inédito en la medicina. 

Las personas con estrés se caracterizan, entre otras cosas, por ser impacientes, competitivas, viven apresuradamente, racionalizan sus emociones, son perfeccionistas, intolerantes y tienen elevados niveles de cortisol, una hormona que se produce en las capas fascicular y reticular de la corteza de las glándulas adrenales, que se encargan de regular las concentraciones de glucosa en el cuerpo, además puede mediar la producción y consumo de grasas y proteínas.

Se le conoce como la hormona del estrés, porque si bien el cortisol es liberado al torrente sanguíneo por varias razones, se encuentra en cantidades más altas cuando el cuerpo trata de entregar respuestas a situaciones extremas.

La psiquiatría y psicología han tratado de dilucidar, hace décadas, de qué manera es posible ayudar al cuerpo humano a comprender y manejar el estrés, para evitar mayores conflictos. De hecho, se han propuesto –desde la corriente cognitivo conductual- una serie de técnicas.

Algunas se concentran en fundar nuevas habilidades a la hora de enfrentarse y manejar las dificultades presentes; otras buscan apoyar al sujeto a percibir racional y objetivamente su realidad; y también están aquellas centradas en cambiar la manera de afrontar realidades para las que la persona cree no tener posibilidad de solución.

Los expertos en esta materia señalan que los métodos más efectivos para trabajar el proceso de reducción de estrés son aquellos orientados a identificar las fuentes de estrés; a reestructurar las prioridades; a cambiar la respuesta ante la situación que gatilla el problema; y a encontrar métodos para manejarlo.

Si bien, con frecuencia, no es posible eliminar las actividades productoras de estrés, existen formas para reducir su impacto. Una de ellas consiste en aumentar las actividades placenteras diarias que contrarresten a las estresantes, porque tiene un efecto positivo en el sistema inmunitario.

Un estudio desarrollado por un grupo de investigadores del Centre for Performance Science de Reino Unido en una asociación con el Royal College of Music y el Imperial College de Londres (Public Health. 2016 Mar;132:101-4) comprobó que asistir a conciertos de música disminuye los niveles en de cortisol en el cuerpo.

Ya se sabía que la música tiene un efecto calmante y relajante, porque los sonidos vibrantes forman patrones que crean campos de energía, resonancia y movimiento. Al absorber estas energías, el cuerpo varía sus propias constantes: respiración, pulso, presión arterial, tensión muscular, temperatura corporal. Es decir, los patrones rítmicos internos se asocian a experiencias emocionales. Pero esto nunca se había sido evidenciado con pruebas concretas. 

Se reclutaron a más de 100 voluntarios para asistir a dos conciertos. Se les dividió en cuatro grupos: los que iban a más de 100 eventos al año; los que lo hacían esporádicamente; los que jamás habían ido a uno ni les apasionaba la música; y los músicos que tenían décadas de experiencia en la industria.

En el transcurso de los conciertos celebrados separadamente en la Catedral de Gloucerster y en la Capilla de Unión en Londres, los investigadores tomaron muestras de saliva de todos los participantes antes de la actuación y una hora después de iniciados. 

Los resultados revelaron un descenso de los glucocorticoides, incluyendo una reducción significativa en el cortisol y la cortisona. Por primera vez en la historia, una investigación demostró que un evento musical puede provocar un efecto medible en los niveles hormonales en una persona y que la reducción de la hormona del estrés es independiente de la edad, experiencia o familiaridad con la música que se interpreta.

Este estudio no sólo evidencia que los seres humanos responden de manera universal al ser expuestos a la música, sino que ratifica y entrega un homenaje póstumo al trabajo de décadas del neurólogo inglés Oliver Sacks, quien postuló que las personas tenemos una propensión natural a la música, lo que él denominó: musicofilia.

Una de las gracias de la música es que ésta nunca pide permiso para imprimir un efecto en nosotros, simplemente afecta y cuando lo hace para bien es capaz de producir cambios y, lo mejor de todo, con un efecto acumulativo. Así es que la próxima vez que lo inviten a un concierto, diga que sí aunque no conozca al o los cantantes. Su mente y su cuerpo se lo agradecerán. 

Por Carolina Faraldo Portus

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